Existencia de DIOS

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La existencia de Dios como problema no se presenta del mismo modo al teólogo y al metafísico, al investigador y al expositor o docente. El teólogo parte de la existencia de Dios conocida por revelación y aceptada por fe, y reflexiona ulteriormente sobre ella. El metafísico empieza por indagarla incitado a ello por las exigencias resolutivas del conocimiento del ser en cuanto ser, y termina nombrando a Dios en conformidad con los atributos que descubre en él al encontrarlo.
Ulteriormente, al tratar de sistematizar estos conocimientos y de desentrañarlos, puede ya adelantar nombres y nociones y señalar caminos o métodos, como sucede en las demás ciencias. En realidad, a la mayoría de los hombres el tema de la existencia de Dios nos lo ofrece la sociedad civilizada en que vivimos, previamente a la indagación directa. Se trata, pues, de un examen crítico más que de una búsqueda inédita. Partimos, por consiguiente, de una noción nominal de Dios.
La palabra Dios (en latín Deus) parece proceder de la raíz aria div, e implica la idea de luz, luminosidad. Usualmente, por Dios, se entiende, con mayor o menor precisión, según la cultura teológica de quien emplea la palabra, el Ser óptimo, ordenador del universo y trascendente al mismo, ser personal y providente, principio y fin de todo. El Concilio Vaticano I precisó cuidadosamente el sentido que dan los católicos al término Dios, frente a las posiciones ateas y panteístas.
El existir, aplicado a Dios, se refiere, por supuesto, a un existir real, objetivo; no a una mera realidad de conciencia, de imaginación o de cultura, en que piensan los profetas de «la muerte de Dios». Debemos precisar, además, que el verbo existir, dicho de Dios, debe ser entendido sin la nota de dependencia u origen que sugiere el prefijo ex (ex sistere, en latín), dando al verbo ser (esse, en latín) toda su intensidad óntica, que es más que el durar cosmológico: Dios no existe, es simplemente.
El tema de la existencia de Dios se presenta como problema en dos sentidos y momentos distintos. En primer lugar, en el sentido de demostrabilidad, que supone o implica dos cosas: que la existencia de Dios no es un dato evidente, simplemente observable (en ese caso sería mostrable, no demostrable); y que, no siendo evidente en sí, se puede llegar a su conocimiento por vía de demostración o conocimiento científico. En segundo lugar, supuesta la posibilidad de indagar su existencia, queda el problema de la demostración o realización de aquella posibilidad.
Las causas eficientes que obran en la naturaleza, si bien actúan o causan de una manera real o efectiva, dependen, sin embargo, de otra causa para ser y para obrar. Así, por ejemplo, el crecimiento de las cosechas depende (en parte) de las lluvias caídas sobre los campos; éstas, de la formación de las nubes; éstas, de la condensación del vapor, el cual procede de la evaporación de los mares, etc.
Esto nos revela que todas las causas que actúan en el mundo tienen el carácter de causas segundas, es decir, de causas causadas, y que todas las cosas que obran son contingentes (o no tienen en sí mismas la causa de su ser).
Es preciso entonces buscar una Causa Primera, causa de sí misma, que explique el ser de cuanto es y la actuación de todas las causas segundas que en sucesión o en simultaneidad obran en el mundo.
Si lo que conocemos es, ante todo, las cosas finitas, y si éstas no tienen en sí mismas su causa o razón de ser, será necesario que exista una causa o razón suprema. Si esta causa fuera incognoscible o si no existiera, habría que declarar fracasada la empresa humana de saber y la filosofía como ciencia de las causas últimas.
TEORIAS SOBRE LA EXISTENCIA DE DIOS Y SU DEMOSTRABILIDAD
La búsqueda de una Causa Primera que explique el ser y el obrar contingentes de todas las cosas de este mundo es precisamente la búsqueda de Dios, puesto que por Dios entendemos el ser que es causa de sí mismo y origen primero de cuanto existe.
Sobre el problema de la existencia de Dios ha habido distintas posiciones entre los filósofos a lo largo de los tiempos.
a) Algunos -muy escasos en la historia del pensamiento- niegan su existencia. Son los llamados ateos. Quizá los más característicos de la historia sean los modernos marxistas. Una forma especial de ateísmo es el panteísmo, que identifica a Dios con el conjunto del Universo y le niega un carácter personal y distinto del mundo. Tal es el caso de Espinosa (siglo XVII), que ya conocemos, y de los antiguos estoicos.
b) Otros autores declaran que Dios es incognoscible, es decir, que nada podemos saber de su existencia. Son éstos los agnósticos, que no niegan que Dios exista, sino sólo el que podamos llegar a su conocimiento. Cabe citar entre ellos a Kant y a los antiguos epicúreos.
c) Un tercer grupo de pensadores -el más extenso- afirma que Dios existe, y que de algún modo podemos conocerle. Pero entre ellos hay también distintas posiciones:
1.ª Algunos sostienen que a Dios se le conoce de un modo directo, inmediato: que Dios se hace patente a nuestra experiencia. Son estos los ontologistas (Malebranche, Gioberti, Rosmini, entre otros). Para ellos no es precisa una demostración racional de la existencia de Dios, puesto que basta una mostración de lo que es por sí mismo evidente.
2.ª Otros, los fideístas, creen que a Dios se puede llegar por la fe, pero no por la razón. La fe es para ellos un modo de saber, pero no racional ni basado en la razón, sino completamente ajeno a ella. Cabe citar entre éstos a Daniel Huet (siglo XVII) y a las corrientes que dan a la fe una fundamentación afectiva o sentimental (siglo XIX).
3.ª Otros, en fin, afirman que Dios no es evidente (en esta vida), pero tampoco es inasequible para la razón. Según ellos, la existencia de Dios es demostrable racionalmente. Tal es la posición ortodoxa católica. Si Dios fuera evidente (como para los ontologistas), la fe carecería de todo mérito moral; si fuera inasequible a la razón (como para agnósticos y fideistas), la teología no podría ayudarse de la razón ni ésta nos conduciría a la verdadera causa de las cosas.